Este articulo es el segundo de una serie sobre la memoria y evolución del movimiento LGTB+ en nuestro país.
Podría decirse que la temática sexual ayudó a destapar “vergüenzas privadas” de la sociedad española a finales de los setenta. El sexo como acicate de la cultura de esos años en España fue notable; sobre todo, para soltar la rienda a actitudes no normativas que definían al colectivo LGTB+.
España venía de una dictadura, lo que indica vagamente que las leyes en nuestro país, como en cualquier otro que se inicia en el proceso de transición, suele tardar más en adaptar el marco jurídico al marco social que la propia sociedad a su nueva cotidianeidad. Por ello, las ansias de cambio de mentalidad por parte del colectivo en España trajeron como consecuencia reivindicaciones sociales memorables.
Con Franco en sepultura y con el entonces sustituto de Franco, Arias Navarro, quien hacía oídos sordos a la derogación de la Ley de Peligrosidad y Rehabilitación Social (LPRS) (expuesta en el artículo anterior), encontramos, pese a todo, a una poderosa organización del Front d’Alliberament Gai de Catalunya (FAGC) dispuesta a hacer cambios históricos en España. Tenía como objetivo establecer la tan ansiada igualdad social para el colectivo LGTB+ que lucía por su ausencia más años de los que hacía que el pueblo vándalo había puesto un pie en la Península Ibérica allá por el siglo V d.C.
Comienzo de la simbología del colectivo
El 12 de marzo de 1977 se aprobaría el anagrama de la FAGC en la asamblea general. Asimismo, se añadiría a la simbología de nuestro colectivo la imagen del conocido triángulo rosa invertido que en su interior albergaba el conocido puño cerrado y alzado. Todo este despliegue simbólico requiere de explicación: tal triángulo hace referencia a la opresión hacia los homosexuales por parte de la dictadura nazi y el puño aludía a las protestas revolucionarias de la izquierda, implicada en la lucha del colectivo LGTB+.
En 1977, con más fuerza que nunca, nuestro colectivo se adueñó de las calles de Barcelona para reivindicar los derechos de gays, lesbianas y transexuales. Las Ramblas se llenaban de manifestantes (alrededor de 5.000 asistentes llegó a escribir la prensa del momento) convocadas por el Front d’Alliberament Gai de Catalunya (FAGC). El acto no estaba autorizado y los ataques policiales no se hicieron esperar. Pese a todo, no hubo policía que silenciara el dolor de las personas asistentes. La muchedumbre no normativa sentía la exaltación del momento en sus corazones. Los ecos de la libertad se escuchaban a lo lejos, aunque sentían de cerca el fantasma de la dictadura.
Madrid se llena de 7.000 manifestantes en apoyo al colectivo LGTB+
El Frente de Liberación Homosexual de Castilla (FLHOC) consiguió reunir a 7.000 personas en la manifestación de Madrid en 1978. Si bien podemos apuntar que esta manifestación sí estaba autorizada, el movimiento LGTB+ como tal era ilegal. Este apunte no resulta baladí pues encontramos aquí la necesidad que tenía España de salir de la oscura fosa en la que se había visto enterrada y quería recuperar el mensaje de Lorca con Oda a Walt Whitman.
Extracto del poema:
Ni un sólo momento, Adán de sangre, macho,
hombre solo en el mar, viejo hermoso Walt Whitman,
porque por las azoteas,
agrupados en los bares,
saliendo en racimos de las alcantarillas,
temblando entre las piernas de los chauffeurs
o girando en las plataformas del ajenjo,
los maricas, Walt Whitman, te soñaban.
Fue en enero de 1979 cuando España despenalizó las prácticas homosexuales, penadas por la Ley de Peligrosidad y Rehabilitación Social; empero los grupos homosexuales seguían sin ser personas jurídicas legalmente aceptadas. Sería al año siguiente, 1980, cuando tras mucho pelear, las reivindicaciones de la FAGC tuvieron su recompensa con la legalización de dicho Frente por el gobierno español.
La homosexualidad, principalmente, al fin había sido representada por homosexuales durante la primera oleada del movimiento gay español. Fueron pocas las personas que lucharon por los derechos que todxs lxs que pertenecemos hoy al colectivo poseemos y, sobre todo, fue muy alto el precio que estuvieron dispuestas a pagar todxs lxs activistas del colectivo LGTB+ durante la década de los setenta.
Lejos quedaban las caricaturas esperpénticas que periodistas, ensayistas y políticos lanzaban en favor del estereotipo homosexual. La definición de homosexual había sido confeccionada por personas heterosexuales; afín a ello, resuena el nombre del pueblo bárbaro el cual obtuvo tal apelativo de manos del pueblo griego. Los griegos decidieron nombrar como “bárbaros” a estos, que sin haberse autodenominado ya poseían apelativo. “ ́Los bárbaros” intentaban hacerse un hueco luchando contra la hegemonía griega y poco les importaba el apelativo que la aristocracia griega pudiera esputar hacia ellos.. Los griegos, al ver cómo se desenvolvía el pueblo “bárbaro”, y fijándose en los rudimentarismos de su día a día y la multiracialidad que se observaba, además de una fuerte actitud beligerante en sus acciones, decidieron bautizarlos como “los bárbaros”. Pero, ¿los bárbaros fueron conscientes alguna vez de que eran “los bárbaros”?
A nosotrxs, colectivo LGTB+, nos encasillaron en un pequeño cajón oscuro y con candado por miedo a que la sociedad perdiese el control que había impuesto sobre la realidad cishetero-patriarcal. Gracias a la labor de activistas como Armand de Fluvià, Eliseu Picó, Ventura Pons, Germa Pedra o Jordi Petit y, faltándome muchísimxs por nombrar, aquel candado rancio del conservadurismo cisheteronormativo y opresor comenzó a romperse. El cajón podrido y custodiado por el monopolio de la cishetero-norma se abría en virtud del colectivo, y en su interior albergaba un halo de libertad convertido en triángulo rosa invertido.
Fran Pinilla (Mayo 2019).