Diez años después de la aprobación del Matrimonio Igualitario, ocho años después de la primera Ley de Identidad de Género, ha llegado el momento de renovar el activismo en defensa de los derechos de personas lesbianas, gais, bisexuales y transexuales. Un nuevo tiempo se ha abierto ante nuestros ojos, y resulta ya urgente volver a ajustar los instrumentos de nuestra navegación a través del difícil y peligroso océano de la lucha en pos de los Derechos Humanos, porque se ha producido un evidente cambio en sus mareas: no es ocasión ya de grandes objetivos como lo fuera el Matrimonio, ni de pequeños y puntuales logros como pudiera ser la aprobación del vientre de alquiler, que ciertamente no es más que tangencialmente cuestión que afecte a las personas no heterosexuales y cuya regulación, además de resultar muy gravosa para los derechos de las mujeres, no soluciona más que para unas pocas élites con suficientes recursos económicos un problema que se solventa más adecuadamente reivindicando procesos de adopción más sencillos e inclusivos. Es el momento de evolucionar en nuestro trabajo hacia un único objetivo global: erradicar toda forma de violencia contra lesbianas, gais, bisexuales y transexuales. Abolir la cultura de la homofobia -y bifobia y transfobia- se ha convertido en una necesidad urgente.
El incremento de las agresiones físicas y la aparición de nuevas formas de discriminación, más veladas y por tanto difíciles de reconocer, nos obligan a reconocer que el discurso tradicional de la intolerancia se ha estilizado. Los ataques clásicos a nuestra dignidad son ahora mucho más sibilinos y acostumbran esconderse bajo una pretensión liberal que no encierra sino el mismo conservadurismo a que estamos acostumbrados, pero disfrazado de falsa tolerancia. Crecen las declaraciones presuntamente permisivas que condicionan el respeto a una forma precisa de actuación para las personas no heterosexuales. Ha nacido la posthomofobia y es necesario volver a aprender a analizar nuestro contexto para que nos sea posible denunciar estas agresiones. Los discursos reivindicativos clásicos, cuando siguen en activo y no han derivado hacia el nada combativo asistencialismo, tan dependiente casi siempre de las mismas instituciones que nos discriminan, siguen siendo necesarios, claro está; pero son insuficientes para ofrecer una respuesta certera a las agresiones que se producen contra todos nosotros y nosotras de manera cotidiana.
Ahora que celebramos el 17 de mayo, Día contra la Homofobia, Bifobia y Transfobia, es el momento de agradecer a toda una generación de activistas y colectivos su increíble trabajo para asegurarnos una dignidad mínima en las leyes y evolucionar o dar paso a nuevos discursos que señalan adecuadamente las marcas de intolerancia que se mantienen en nuestra cultura. La Igualdad Real, sólo perseguible a través de la senda de la denuncia de las agresiones cotidianas -físicas, verbales y simbólicas-, de la condena de los Delitos de Odio, es y debe ser ahora nuestro nuevo objetivo global. Y nuestro activismo camina y debe caminar hacia esta forma de reivindicación. Con más literalidad que nunca es necesario recordar el célebre «renovarse o morir», y ser consciente de que se ha convertido en imprescindible una nueva forma de activismo que, como escribía Bernardo de Chartres, camine a hombros de gigantes y, precisamente por eso, sea capaz de llegar mucho más lejos con su mirada. Feliz 17M.
Ramón Martínez
@ramonmartz