A veces nos llegan whatsapp con sabor a lágrimas, a dolor y a muerte. Primero, es tan sólo un rumor del suicidio de otro adolescente trans*. Después, alguien confirma que ha sido en Móstoles. Más tarde, conoces su nombre. Se llamaba Thalia. En medio, ha habido otra cascada de mensajes en el teléfono. Retales sin validar de una historia vital que para siempre estará incompleta.
Con el primer relato concreto que encuentras en las redes, lo compartes con las otras familias de personas trans* de tu entorno. Los whatsapps empiezan de nuevo a acumularse. Y sabes que todas nosotras estamos pensando en ellos, en la familia de Thalia, en llegar hasta ella y abrazar a todas las personas que la integran.
Piensas en Thalia y la imaginas con la mirada de tu hijx, con la sonrisa de tu hijx, con vivencias similares en su adolescencia trans*. Piensas en las historias de los hijxs de otras familias que conoces, en los relatos de transiciones de otros adolescentes con que otras madres y padres se acercarán a tí en las próximas semanas y meses. Piensas en Alan, en Ekai y en los nombres de otras historias similares que ignoras.
Conoces las preguntas sin responder que quedan en el aire. La duda sobre si todo podría haber sido distinto para Thalia, si hubiera cambiado algo que las Administraciones que tienen que velar por sus derechos no ignorasen las leyes que han de cumplir, si estaría viva si su derecho a ser fuera ya respetado y sus señorías no se estuvieran tomando más de un año meditando cómo hacer más sencillo el reconocimiento de las identidades trans*.
Seguiremos, Thalia. Seguiremos contigo en el corazón tratando de cambiar el mundo porque no soportamos que haya une menos.
Categorías