En Venezuela hace ya tiempo que desapareció la Política. Me refiero a esa que se escribe con P mayúscula, que nos permite a todos sentarnos a la mesa y, desde el respeto, resolver nuestras diferencias de forma pacífica. Lo chabacano, lo cutre, lo que insulta y degrada ha ocupado su lugar y se ha convertido en el modus operandi de un gobierno que actúa en sentido contrario al humanismo que dice promover. Necesitaríamos cientos de páginas para listar el montón de obscenidades que los venezolanos hemos tenido que escuchar en los últimos quince años. Y en ese book de la denigración veríamos que la homofobia ha tenido un papel tan destacado como nunca antes en la historia democrática del país. Si para desacreditar al adversario político hay que echar mano de la homofobia, pues bienvenida sea.

Esto coincidió con el primer aniversario de la presentación ante la Asamblea Nacional (equivalente al Congreso de los Diputados de España) de un Proyecto de Ley de Matrimonio Civil Igualitario. Fueron más de veinte mil firmas las que promovieron esta iniciativa legislativa, que contó con el apoyo de distintas organizaciones –chavistas y no chavistas- de derechos humanos. La Asamblea, sin embargo, lo ha ignorado y nada hace pensar que, al menos en el corto plazo, la situación vaya a cambiar.
Lo del matrimonio igualitario no es, en todo caso, el único asunto que preocupa, ni el más urgente.En Venezuela, salvo algunas leyes que prohíben la discriminación pero sin establecer mecanismos que permitan su aplicación real, no existe un cuerpo normativo que dé igualdad de condiciones y proteja al colectivo LGTB. La situación es de total vulnerabilidad: dos personas del mismo sexo no pueden registrarse como pareja de hecho; un matrimonio homosexual celebrado en el extranjero no es reconocido en Venezuela; es imposible registrar a un hijo con dos padres o madres; la familia de un enfermo ingresado en un hospital puede oponerse a las visitas y cuidados de su compañero homosexual; heredar, o recibir pensiones de viudedad, son algo impensable; el abuso de las autoridades militares y policiales contra los LGTB están a la orden del día; numerosos crímenes de odio contra la población homosexual han tenido lugar y, en la mayoría de los casos, han quedado impunes, tal como revela el Informe de Crímenes de Odio elaborado por Acción Ciudadana contra el SIDA.Y es que Venezuela, la otrora vanguardia de las libertades y la democracia en América Latina, se ha quedado a la cola de los avances que otros países de la región vienen experimentando.

Para quienes gustamos de eso que llaman participación ciudadana, el movimiento LGTB venezolano es un ejemplo magnífico de cómo desde la sociedad civil se pueden cambiar las cosas. Personalmente, creo que el camino a seguir está bien definido y que todo es cuestión de tiempo.¿Cuánto? Es imposible predecirlo. Será necesario un giro radical en la actitud del gobierno venezolano. O un cambio de gobierno en el que opciones más gay friendly se hagan cargo de la dirección del país. En todo caso, hay un cambio en marcha del que tarde o temprano veremos sus frutos.
Moisés Martín
Voluntario GayInform, Línea Lesbos, Bi y Trans